Cuando te encontraste sola en su despacho, la curiosidad que tanto tiempo había ido anidando en tu interior, te empujó directamente hacía su teléfono móvil. Sabías que no era algo correcto y que las consecuencias si él se enteraba podían ser nefastas, pero aun así la decisión ya había sido tomada mucho antes, y no habías sido tú quien lo había decidido. Tenías que salir de ese pozo de dudas, aún sabiendo que lo que adivinaras podía ser peor que esa maldita incertidumbre. Cuando cogiste el teléfono móvil, alzaste la vista y te viste, te descubriste frente al enorme espejo temerosa de su reflejo.
Los recuerdos se agolpaban en tu mente, ya no eras capaz de recordar el último momento en que sentiste que era tuyo, ni el primero en que te sentiste colmada con su mirada. Durante años habías sido tan feliz sintiéndote suya, tan segura de su amor. Eran momentos que guardabas en la memoria como aquellas viejas fotos teñidas de tonos sepia, fotos en las que se ve a la gente feliz, con atracciones de feria por detrás y ovillos de algodón de azúcar en las manos.
Cuando te hizo empezar a dudar aún pasabas mucho tiempo frente al espejo, arreglándote para él. Lucías esa preciosa figura a los taitantos por la que aún los chicos se giraban a soltar un silbido, te ponías faldas que escalaban por encima de las rodillas, le mostrabas las medías de encaje que tanto le gustaron en otras épocas, le regalabas esos escotes donde tantas veces había perdido la mirada. Pero notabas que ya no era tan tuyo, que ya no te miraba ni te deseaba. Ya solo te pertenecía cuando disfrazabas tus manos de las suyas, y en tu mente eran ellas las que resbalaban como dos peces entre tus piernas.
En tu fuero interno dudabas de su fidelidad o de si estuvieras volviéndote loca. Empezaste a ir todos los días a su despacho sin que él te viera y pasabas las horas muertas viendo entrar y salir pacientes que siempre comentaba lo poco o mucho que les estaba ayudando. Te volviste cada vez más instintiva y desconfiada, le olisqueabas buscando la esencia de otra, escudriñabas su ropa buscando sus restos, incluso llegaste a ser su escolta invisible para poder descubrirla.
Te viste frente al espejo y la terrible imagen no pudo frenarte, conectaste el teléfono móvil y se te escapo un suspiro al descubrir que no estaba bloqueado. Con las manos temblorosas abriste la carpeta de los mensajes, una princesa que no eras tú le decía: Ven pronto esta noche, estaremos solos. Escuchaste sus pasos acercándose, dejaste el teléfono móvil en su sitio y volviste a recostarte sobre el diván. Cuando entró le volviste a hablar de tu infancia y tus recuerdos, de los sueños y pesadillas que te acompañaban en la noche, de tus miedos, de todo menos de aquello que acababas de leer y sobre lo que siempre guardarías silencio.
GOCA