Para Caliópe…
A Tristán aún le producía arcadas el olor que desprendía la fuente de sangría que hacían en la plaza del pueblo durante las fiestas. Es curioso como había olvidado tantas cosas de Alameda, pero como otras seguían impregnadas en lo más profundo de su ser, resistentes al calendario y a la distorsión que producen los nuevos recuerdos. Eso mismo le ocurrió cuando escucho reír a Elena, como un resorte su cuello giró ciento ochenta grados y la descubrió entre la marea humana que se agolpaba alrededor del pilón. La sorpresa fue tan grande que hasta se olvidó del enfado que había tenido con su madre veinte minutos atrás:
-Hijo, desde que llegaste no has levantado la vista del ordenador ¿para eso vienes al pueblo? -Le decía su madre mientras se arreglaba-. Además, sabes que es la verbena de verano, seguro que encuentras a tus antiguos amigos.
-Joder mamá, parece que te olvidas de que no tengo amigos en este puto… -ante la mirada escrutadora de su madre, decidió dar un volantazo a su argumentario-. Perdona mamá, pero ya sabes que yo siempre fui el bicho raro de Alameda, no tengo nadie a quien ver aquí, salvo a los compradores que vinieron hoy, estoy deseando dar carpetazo a todo esto y volver a casa.
-Razón de más para dar una vuelta hoy y despedirnos del pueblo como dios manda, además, he quedado con la tía Pilar y no pienso faltar a la cita. Si quieres, puedes quedarte aquí con tus cosas.
Tristán sopeso las palabras de su madre y se dio cuenta de que era inútil, ella no iba a renunciar a recorrer las engalanadas calles de Alameda y él no iba a dejar que saliera de casa sola. Al fin y al cabo, no habían pasado ni dos meses desde que había sufrido el ictus que había empujado definitivamente a su madre a vender la casa de Alameda para irse con él a la ciudad.
Absorto ante la imagen de Elena, parecía que habían pasado siglos de aquella discusión. En su memoria se agolpaban oleadas de recuerdos que parecían haber estado escondidos bajo un manto de arena y que ahora, ante su mirada, se iban elevando como hojas caídas que el viento hace bailar en remolinos que parecen querer tocar el cielo. Recuerdos como el de esa primera mirada de caramelo mostrándole los renacuajos del verano; o el de aquella ocasión en que Elena saltó la verja de su casa para ser la primera en escribir sobre la escayola de su pierna; o cuando por última vez la espió con ojos vidrios antes de partir, escondido en la alacena de su casa.
Era tal su concentración que su mirada continuaba fija en el punto donde la había descubierto, ignorante al hecho de que ella ya se había percatado de su presencia y se encontraba a un palmo de él.
-¡Tristán! No me lo puedo… -expresó estupefacta- Es imposible, debe hacer una eternidad que no nos vemos.
Si bien, el ruido era ensordecedor en la plaza, la voz de Elena llegaba a su cabeza de manera clara, tan nítida como los primeros acordes de su canción favorita.
-¿Elena? Vaya… yo no pensaba… yo creía que… - balbuceó de manera imperceptible-. No sabes cuánto me alegro de verte –logro decir finalmente con el alivio del que coge aire después de varios minutos en apnea-.
Automáticamente percibió como la sangre se agolpaba en las mejillas de su vieja amiga. Habían pasado doce años desde que la vio por última vez escondido en aquella alacena y sin embargo, sus reacciones seguían siendo las mismas que tan vivamente habían quedado guardadas en su álbum fotográfico mental.
-¿Por qué no vienes a la explanada? Tengo reservado un sitio espectacular donde podremos ver el concierto, hoy tocan “Alameda dreams” ¿Te acuerdas de ellos? Es el grupo de Natalia y Pablo, seguro que los recuerdas.
Mientras Tristán buscaba alguna excusa para volver a casa, su madre interrumpió sus pensamientos.
-¡Tristán! ¡Hijo mío! Que alegría que hayas encontrado a Elena ¿No te decía que seguía siendo la chiquilla más guapa del pueblo? -decía mientras guiñaba un ojo a la niña a quien tantas veces había abierto la puerta de su casa-. Yo me vuelvo a casa con la tía, vamos a arreglar las viejas cortinas de la abuela, tú quédate, seguro que tenéis tantas cosas que contaros.
Si bien, entendía que su madre acababa de decidir por él, no podía dejar de pensar en las palabras de esta sobre Elena. Era cierto, Elena siempre había sido la chica más guapa del pueblo y hay cosas que parece que nunca cambian. En ese instante, pudo detener el rumbo de sus pensamientos y observar su peto ajustado y negro, como sus botas, que lucían unos cordones rojos en perfecta armonía con el pintalabios y el ligero, pero perceptible, colorete de sus mejillas. Sus ojos, con el color del dulce de leche, brillaban vivaces. Mientras que su melena caoba quedaba recogida en una coleta que dejaba al flequillo enmarcar una cara en armonía gracias a su equilibrada redondez. Otra vez su capacidad de atención le había hecho descubrir sus cartas, por lo que, cuando descubrió la mirada de Elena en su viaje ocular, se sonrojó y escondió su mirada como el ratón que encuentra una rendija por donde huir.
-¡Vamos Tristán! Ell concierto empieza en media hora y antes habrá que ponerse al día. -Le decía mientras agarraba su mano y le guiaba por aquella marabunta humana-.
Los diez minutos de paseo hasta la explanada no difirieron demasiado de aquellas tardes de verano en que Elena arrastraba a Tristán por las calles del pueblo para ir al río, al cine de verano o a la biblioteca en busca de cómics que devorar. Casi no hablaron en todo el trayecto, tampoco hacia falta. La sensación de andar de la mano llenaba ese momento hasta tal extremo, que ni si quiera se plantearon soltarse una vez que habían abandonado las calles más concurridas.
Cuando llegaron a la explanada, Tristán no pudo disimular su sorpresa al descubrir que el sitio que Elena había reservado estaba a los pies del árbol donde veinte años antes él se había caído. Ambos rieron largo rato al recordar como Tristán aseguraba que podría escalar su copa como Spiderman y la inspirada dedicatoria que Elena grabó en su escayola: “Para el HOMBRE que se ARAÑA”.
Por lo demás, el anochecer llegó sin que ninguno de los dos fuera consciente, ambos fueron incapaces de vislumbrar la rapidez con la que se iban consumiendo los segundos. Por fin, Tristán pudo escuchar de boca de Elena todas aquellas andanzas que ya le había comentado su madre. Como había logrado alcanzar su sueño de ser médica; los años que había andado de acá para allá ejerciendo su pasión; como había conocido a Rodrigo, su marido; el cambio que había supuesto el nacimiento de Asier en su realidad; y la vuelta a Alameda dos años atrás para convertirse en la doctora del pueblo.
También Tristán pudo contarle como tres años atrás había conseguido crear el cómic que le sacó del anonimato; como esto le había permitido dejar de trabajar de camarero para dedicarse a su vocación; las escasas y pobres relaciones que había tenido en estos años; o el miedo que aún sentía a tener que decir adiós a su mamá.
En su interior, Tristán no podía dar crédito a como seguía siendo tan fácil hablar con Elena, como el tiempo no había hecho mella en los hilos que siempre habían tejido las conversaciones que ambos tenían. Le seguía pareciendo increíble como ambos eran capaces de escalar de un salto el muro de timidez que les invadía en su día a día para encontrarse en un terreno en el que disfrutaban de su mutua compañía, sin más. Hasta tuvo tiempo de reflexionar sobre lo complicado que era conectar con alguien de forma tan simple.
-¡Tristán! -Exclamó Elena para devolverle a la realidad- ¿Por qué nuca te despediste? Sé que eres consciente de que fui a buscarte a tu casa, me hubiera gustado pasar esa tarde contigo en la verbena.
Después de unos segundos, Tristán pareció asimilar el significado de la pregunta que acababa de hacerle Elena. Si bien, en su fuero interno siempre supo que algún día tendría que respondérsela, tanto a ella como a él mismo, no dejaba de sentirse desnudo al afrontar su respuesta.
-Bueno, ya sabes que yo estaba deseando irme de aquí. Supongo que no quise enfrentarme al único cabo que me ataba a Alameda. -Respondió con una naturalidad y sinceridad que hasta a él mismo sorprendió-. Tenía miedo de que al verte, no me atreviera a largarme de aquí.
-Nunca hubiera dejado que eso pasara y creo que tú tampoco. Siempre fuimos dos soñadores con los pies en el suelo. Hablando de sueños, aún recuerdo como me hiciste pedirle a Marta que saliera contigo. ¿Cómo fueron tus palabras? “Nuestro sueño es encontrar a alguien que te provoque un calambrazo siempre que te mire, así que no podemos dejar de ayudarnos para conseguirlo”. -Después de esto, Elena, soltó una sonora carcajada que fue acompañada al unísono por Tristán.
-Joder, aún te acuerdas. -Respondió Tristán-. Bueno, aún nos acordamos. La verdad es que es un sueño que tiene varias capas de polvo, pero que permanece fresco.
-Ya imagino, ¿sabes? yo nunca podré renunciar a él. Durante mucho tiempo ha sido a ti a quien veía en ese sueño. -Le soltó a bocajarro-.
Pese al concierto, el silencio llenó el espacio que había entre ambos, Tristán necesito cierto tiempo para asimilar donde estaba y lo que acababa de escuchar. Había llegado esa misma mañana al pueblo con la intención de vender su vieja casa familiar para volver rápido a su guarida y no podía asimilar tan fácilmente aquella epifanía.
-¿Cómo? ¿En serio? -Elena asintió mientras intentaba esconder un sonrojo que ni el colorete podía camuflar- Siempre pensé que tener algo más contigo solo existía en el plano donde residen los personajes de mis cómics, en el plano donde residen mis sueños.
-Quizás ambos permanezcamos en ese mismo plano desde el momento en que nos conocimos.
En ese momento, Tristán agarró la mano de Elena y ambos notaron el mismo temblor. Después permanecieron en silencio, solos en mitad de la multitud, y disfrutando de un concierto que estaba sonando en otro tiempo, en otro espacio, en otro plano de la realidad…
GOCA