jueves, 14 de febrero de 2013

FRENTE AL ESPEJO


Cuando te encontraste sola en su despacho, la curiosidad que tanto tiempo había ido anidando en tu interior, te empujó directamente hacía su teléfono móvil. Sabías que no era algo correcto y que las consecuencias si él se enteraba podían ser nefastas, pero aun así la decisión ya había sido tomada mucho antes, y no habías sido tú quien lo había decidido. Tenías que salir de ese pozo de dudas, aún sabiendo que lo que adivinaras podía ser peor que esa maldita incertidumbre. Cuando cogiste el teléfono móvil, alzaste la vista y te viste, te descubriste frente al enorme espejo temerosa de su reflejo.

Los recuerdos se agolpaban en tu mente, ya no eras capaz de recordar el último momento en que sentiste que era tuyo, ni el primero en que te sentiste colmada con su mirada. Durante años habías sido tan feliz sintiéndote suya, tan segura de su amor. Eran momentos que guardabas en la memoria como aquellas viejas fotos teñidas de tonos sepia, fotos en las que se ve a la gente feliz, con atracciones de feria por detrás y ovillos de algodón de azúcar en las manos.

Cuando te hizo empezar a dudar aún pasabas mucho tiempo frente al espejo, arreglándote para él. Lucías esa preciosa figura a los taitantos por la que aún los chicos se giraban a soltar un silbido, te ponías faldas  que escalaban por encima de las rodillas, le mostrabas las medías de encaje que tanto le gustaron en otras épocas, le regalabas esos escotes donde tantas veces había perdido la mirada. Pero notabas que ya no era tan tuyo, que ya no te miraba ni te deseaba. Ya solo te pertenecía cuando disfrazabas tus manos de las suyas, y en tu mente eran ellas las que resbalaban como dos peces entre tus piernas.

En tu fuero interno dudabas de su fidelidad o de si estuvieras volviéndote loca.  Empezaste a ir todos los días a su despacho sin que él te viera y pasabas las horas muertas viendo entrar y salir pacientes que siempre comentaba lo poco o mucho que les estaba ayudando. Te volviste cada vez más instintiva y desconfiada, le olisqueabas buscando la esencia de otra, escudriñabas su ropa buscando sus restos, incluso llegaste a ser su escolta invisible para poder descubrirla.

Te viste frente al espejo y la terrible imagen no pudo frenarte, conectaste el teléfono móvil y se te escapo un suspiro al descubrir que no estaba bloqueado. Con las manos temblorosas abriste la carpeta de los mensajes, una princesa que no eras tú le decía: Ven pronto esta noche, estaremos solos. Escuchaste sus pasos acercándose, dejaste el teléfono móvil en su sitio y volviste a recostarte sobre el diván. Cuando entró le volviste a hablar de tu infancia y tus recuerdos, de los sueños y pesadillas que te acompañaban en la noche, de tus miedos, de todo menos de aquello que acababas de leer y sobre lo que siempre guardarías silencio.

GOCA

martes, 5 de febrero de 2013

Vínculos limados


Después de toda la mañana buscándola, Gabriel se sentó e intento recordar cuando había usado su lima por última vez. Había sido una semana antes y estaba especialmente nervioso, algo que solía ocurrirle ante personas como Pedro. Resultaba tan pedante en sus comentarios, tan estirado en su manera de expresarse y tan repipi en su manera de dar ordenes con un por favor delante, que no pudo evitar hacer uso de ella otra vez. Si había personas con quien era eficaz su lima era con las de este perfil, las conseguía depurar tanto que al final permanecían silenciosas y obedientes ante él.

La lima fue todo un descubrimiento para Gabriel desde que la usara por primera vez con Óscar, alguien con quien nunca imagino que debiera utilizarla. Hasta el día en que este se negó a salir con él a aquella fiesta. Siempre iban juntos y Óscar debía comprender que no pasaba nada por no estudiar para ese examen. Por lo que decidió desprenderle de eso que le hacía tan responsable y a la vez tan muermo. Desde entonces nunca más Oscar diría que no a una fiesta. Aunque tampoco volvería a decir  que sí a hacer un examen, realizar un trabajo, tener un hijo o cualquier otra responsabilidad.  

Y es que aquellos aspectos que Gabriel limaba, ya no tenían vuelta atrás. Aún recuerda como consiguió que sus padres dejaran de montarle el pollo cada vez que llegaba a casa a las tantas de la madrugada apestando a Dyc de garrafón. Hizo que fueran mucho más despreocupados con él, tanto que desde que se independizó era él quien tenía que llamarlos o ir a verlos para saber de ellos. Añoraba tanto que mamá le riñera por algo, aunque fuera por no salir lo suficientemente abrigado.

Con tantas chicas había conseguido vencer la desconfianza inicial gracias a  la lima. Aunque aquellas noches de Don Juan no podían compensar lo de Paula. Todavía le dolía recordar como paso de ser esa chica tan perspicaz y atrevida que tanto le enamoró al conocerla, a alguien torpe y sin iniciativa. Y todo por aquella discusión, de la que ya no era capaz de recordar ni cómo había empezado.

Ahora se encontraba ahí sentado, percatándose de que nunca antes había pensado en la lima y en su significado hasta el momento en que la había perdido. Pensó en lo que significaba esa perdida. Se sintió aliviado.