Quizás haya pocas ocasiones en que me haya sentido tan
excitado como cuando bajábamos hasta el quiosco de Juan de la Cierva a comprar petardos.
Siempre se producía la misma liturgia, llegábamos hasta allí y esperábamos
hasta que no hubiera nadie comprando; nos acercábamos a la puerta trasera por
donde se accedía y llamábamos con dos golpes; el viejo quiosquero salía, pedía
el dinero y preguntaba la cantidad; al rato salía y nos entregaba el preciado
tesoro. Volvíamos corriendo a las margaritas, nuestro barrio, pensando en donde
íbamos a poner cada uno de los petardos que habíamos comprado. Siempre caía
alguno cerca de la ventana donde vivía el viejo Tomás, un malo de cuento de
Navidad, de esos que los niños temen y odian a partes iguales. También fueron
cientos las latas y litronas reventadas por algún petardo, aunque ninguno causo
más estragos que aquel que pusimos en una mierda de perro frente a las sabanas
blancas recién tendidas en un bajo.
No solo con petardos saciábamos nuestra sed de gamberrismo,
las bombas fétidas eran el arma más utilizada en aquellas fechas. Los objetivos
eran variopintos pero todos los días caían tres o cuatro en los “recres” del
Narciso, que si no tenía bastante con controlar los golpes en las máquinas,
esos días también debía andar con la fregona de un lado para otro. Aunque no
era el que mas se podía quejar por los ataques de esas bombas pestilentes, la
“horchatería valenciana” y el quiosco “del Jula” se llevaban la palma en ese
aspecto.
Otro elemento que causo estragos en mis navidades
infanto-juveniles fueron los botes de nieve en spray, daba igual cuanto
intentaras evitarlos, al final siempre volvías a casa con ese olor horrible
olor a amoniaco en el pelo. Con el tiempo los fueron vendiendo ignífugos, pero
recuerdo como con los primeros hacíamos auténticos lanzallamas para quemar la
hojarasca a distancia. Supongo que ahora, con la distancia, más de uno se
asustará ante tanta imprudencia, pero en aquella época estas sensaciones solo
eran sabrosa adrenalina regando nuestros pensamientos preadolescentes.
Pero en navidad no todos los días había dinero para comprar
petardos, bombas fétidas o sprays de nieve. Uno de los divertimentos más barato
y emocionante consistía en ir a quitar los adornos del mercado. En realidad
consistía en hacerlo delante del “guardia jurado” y conseguir escapar sin que
te pillase, es por ello que los adornos más cotizados eran los que estaban
cerca de su garita. La jugada maestra era esperar que saliera de ella e ir a llamar
al timbre con el que se le avisaba. Luego tocaba esperar pacientemente hasta
que llegara, había que aguantar, y cuando más cerca estaba cada uno salía
corriendo por alguno de los pasillos de las galerías intentando coger las
guirnaldas que colgaban del techo. Aún recuerdo el susto que me pegue el año
que decidieron poner dos guardias en vez de uno, algo de lo que no me percaté
hasta que al creer que escapaba de aquel vigilante que iba hacía la garita,
surgió otro en dirección contraria que “solo” acertó a atrapar el gorro de mi
cazadora coreana.
La cabalgata de los reyes también hacía agudizar las
habilidades motrices de los chavales. Siempre bajaba por la avenida de las
ciudades, y había que moverse como culebras entre las piernas de la gente para
pillar la mayor cantidad de caramelos, pocos eran los años en que no volvíamos
con los bolsillos llenos. Aunque recuerdo muy especial el año de la nevada, en
que pudimos dar cumplida venganza de la violencia con que muchos pajes tiraban
los caramelos. Así, el paso de la cabalgata por el barrio se convirtió en un
bombardeo de bolas de nieve desde las calles hacía las carrozas.
Con el tiempo el gasto en artículos de broma fue menguando.-
Cada vez el dinero que reuníamos en esas fechas iba destinado en mayor medida a
la sidra. A cincuenta pesetas llegamos a comprar las botellas en la bodega de
la plaza, fueron los primeros conatos de borrachera y el paso a otro tipo de
navidades. El paso de la niñez a la adolescencia donde muchas cosas cambiaron,
pero algunas siguieron y aún hoy siguen siendo iguales. Las navidades huelen a
petardo, a bomba fétida, a amoniaco en el pelo y a sidra. Siguen teniendo el
paisaje de mi barrio y se siguen disfrutando con la compañía de amigos y familia.
Seguimos brindando y recordando con nostalgia aquellos tiempos en que las
navidades eran distintas. Aquellas navidades en que los niños nos pasábamos el
día haciendo gamberradas y huyendo por las calles de las margaras.
GOCA
Grande !
ResponderEliminarGanas de más
Chky
Me ha gustado mucho !, sigue contando !
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