Seguramente comprar entradas para dejar una butaca vacía pueda
ser considerado un acto estúpido y fuera de toda lógica. Pues bien, he de
entonar el “mea culpa” sobre esta afirmación, ya que llevo dieciséis años con
las entradas para una butaca que aun no he llegado a ocupar.
Esta butaca no es la
que se compra para un espectáculo de cine o de teatro cualquiera, sino que este
asiento está reservado en el cine de la primera discoteca que pise, el cine de
la discoteca Kavana, en Getafe. No creo
que muchas de las personas que lleguen a leer esto hayan conocido esta
discoteca del extrarradio madrileño, pero creo que muchas de ellas sabrán la
connotación que conlleva un cine dentro de una discoteca. Pues en este cine se
proyectaban videos y películas durante todo el tiempo que permanecía abierta la
disco, videos y películas que no eran vistos por nadie pese a que la sala
estuviese llena.
Creo que no sumaran más de treinta las ocasiones en que pise Kavana, y todas
ellas están concentradas en el tiempo que va de los catorce a los dieciséis
años. Este hecho es común a la mayoría de adolescentes que pasaron por Kavana
durante la década de los noventa. Pues a
esta disco todo el mundo dejaba de ir, cuando ya tenía la edad permitida
para entrar a la misma.
Aún recuerdo el ritual de beber unos calimotxos en el barrio antes de salir,
para después guardar unas seiscientas pesetas para beberte un par de cervezas
dentro. Eso sino tenías la fortuna de haber rapiñado ochocientas pesetas con las que podías beberte un par de
copas nacionales, ya que las mil pesetas para dos copas de importación se convertían
en un objetivo demasiado alto para la mayoría de adolescente menores de
dieciséis años de Getafe.
Pero antes de poder disfrutar de estos brebajes escuchando
las canciones de más rabiosa actualidad, había que superar la barrera que suponían
los porteros del local. Superar esta barrera era bastante complicado, no solo
porque pudieran pedirte el carnet, y descubrir que no tenías los dieciséis años
necesarios para pasar. Sino porque si tiraban a cualquiera de tus colegas la
hazaña de haber logrado entrar quedaba en nada ante el refrán: “o follamos
todos o la puta al rio”.
Una vez dentro la primera sensación era triunfal, corrías a
tomar tu primera consumición mientras encendías un cigarrillo cargado de toses
y mal sabor. A continuación buscábamos un sitio en la pista donde se pudieran
ver de cerca a las gogos, pero que te permitiera ver una entrada por donde
pudieran llegar preciosas adolescentes tan cargadas de hormonas como tú. El
resto de la tarde podía presentar dos escenarios, emborracharte con tus amigos
mientras observabas de manera lasciva a toda chica que pasara cerca de tí o
conseguir esa conversación con la “amiga de” que te subía directamente a la
sala de cine.
Esa sala de cine donde nadie veía lo que se proyectaba, ya
que la vista solo llegaba a la butaca que tenías al lado. Eso cuando no era una única butaca compartida por
dos púberes que no dejaban de mezclar torpemente sus bocas mientras frotaban con ahínco sus cuerpos. Eran pocos los chicos que lograban subir a esa sala
siempre que iban a kavana, exceptuando a aquellas primeras almas de voyeur que
algunos ya iban descubriendo.
Pero siendo esto cierto, no lo es menos que todos mis amigos
lograron subir en alguna ocasión a esa sala. Algunos eran asiduos y otros
visitantes esporádicos, pero ninguno quedo sin coger su butaca para ver el espectáculo
que se producía a menos de cinco centímetros de su boca.
Como toda regla general, esta
tuvo en mí a su cruel excepción, ya que nunca logre subir a esa sala. Sino exceptuamos las ocasiones en que fui a buscar a mis amigos para decirles que ya cerraban y teníamos que volver
al barrio. Solo hubo una ocasión en que estuve a las puertas de ese paraíso para adolescentes.
Era verano y la
facilidad para entrar era mucho mayor. Ya que pocos quedábamos en el
seco y caluroso agosto madrileño, los porteros ensanchabn su manga en busca de clientes con ganas de dejarse la paga en consumiciones. El comando estaba formado por Oscar, Chiky, Marcos
y el que os relata. Marcos consiguió butaca muy pronto, mientras que los otros
tres aún tomamos un par de cervezas antes de entablar conversación con un grupo
de cuatro chicas. Oscar y Chiky pronto subieron con dos de ellas, permitiéndose
la licencia de intercambiarse los ligues. Mientras tanto yo conseguí
entablar una animada conversación con una de las otras dos chicas que quedaba.
Hablamos, reímos e incluso echamos algún baile, hasta que se acerco a mi oído y me dijo en un susurro “voy al baño con mi amiga, y en un momento
nos vemos en la puerta del cine”. Mi corazón empezó a palpitar y pude sentir
como las pecas que salpimentaban mi cara iban uniéndose, azuzadas por el calor.
Fui al baño, tome un trago de agua, retoque la gomina de mi peinado de raya a un
lado y me dispuse a salir
movido por el cosquilleo que emanaba desde la profundidad de mi estómago. Pero todo ese calor se convirtió en frio polar, cuando vi como la princesa de aquella tarde de verano
entraba a la sala acompañada de su amiga y otros dos chicos.
Aun puedo
recordar el sabor de la derrota en mi boca, una derrota agria y difícil de
digerir. Aunque ayudo mucho a su digestión el par de consumiciones al que me invitaron mis amigos cuando salieron del cine. No penséis que esta invitación fue para superar la derrota, ya que siempre había días en que unos invitábamos
a otros. Además, solo esta princesa a tiempo parcial y yo fuimos conscientes del varapalo que acababa de sufrir.
Desde entonces aún guardo las entradas para esa butaca para
dos, sin haber sido capaz de cobrármelas. Ya que mis métodos para intimar con féminas en este tipo de lugares, han estado siempre muy alejados del éxito. Pero años después he podido descubrir como esas entradas sin usar
nunca han provocado en mi infelicidad, sino nostalgia…
eeeehhhh bloguero! muchas felicidades!!! estupenda incursión en el océano literario!!!
ResponderEliminarnunca estuve en Kavana pero recuerdo con cariño el cine de Kapital... curiosas y entrañables maneras de despertar a la vida, al amor y a lo que somos ahora.
No te preocupes, no todo el mundo vale para carne de neón, seguro que Rafa Mora era el rey de los disco-cines... jajajjaja.
un besote y a seguir escribiendo!.
pd: tremendas vistas, amigo :)
Muy bueno el relato!, yo creo que todos hemos pasado por momentos iguales en nuestra adolescencia. Ánimo con el blog, estaré pendiente a nuevas publicaciones ;)
ResponderEliminarRichie
Un saludo desde la facultad de psicología, figura. Se te echa mucho de menos por aquí, que lo sepas.
ResponderEliminarNacho
No puedo creer que nadie quisiera compartir contigo una tarde de cine ;)
ResponderEliminarseguro que esa pekeña jovenzuela (o cual quier otra)lo habrá lamentado!!
Un besazo dsd Chile
Amigo , menudo fhashback !!!
ResponderEliminarImpresionante relato que me deja con ganas de leer todos los episodios restantes .
Te quiero hermano . Comentamos en Geta
PD: chiqui
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