martes, 3 de abril de 2012

Butaca vacía para dos

Seguramente comprar entradas para dejar una butaca vacía pueda ser considerado un acto estúpido y fuera de toda lógica. Pues bien, he de entonar el “mea culpa” sobre esta afirmación, ya que llevo dieciséis años con las entradas para una butaca que aun no he llegado a ocupar.

Esta butaca no es la que se compra para un espectáculo de cine o de teatro cualquiera, sino que este asiento está reservado en el cine de la primera discoteca que pise, el cine de la discoteca Kavana, en Getafe.  No creo que muchas de las personas que lleguen a leer esto hayan conocido esta discoteca del extrarradio madrileño, pero creo que muchas de ellas sabrán la connotación que conlleva un cine dentro de una discoteca. Pues en este cine se proyectaban videos y películas durante todo el tiempo que permanecía abierta la disco, videos y películas que no eran vistos por nadie pese a que la sala estuviese llena.

Creo que no sumaran más de treinta las ocasiones en que pise Kavana, y todas ellas están concentradas en el tiempo que va de los catorce a los dieciséis años. Este hecho es común a la mayoría de adolescentes que pasaron por Kavana durante la década de los noventa.  Pues a esta disco todo el mundo dejaba de ir, cuando ya tenía la edad permitida para entrar a la misma.
Aún recuerdo el ritual de beber unos calimotxos en el barrio antes de salir, para después guardar unas seiscientas pesetas para beberte un par de cervezas dentro. Eso sino tenías la fortuna de haber rapiñado ochocientas  pesetas con las que podías beberte un par de copas nacionales, ya que las mil pesetas para dos copas de importación se convertían en un objetivo demasiado alto para la mayoría de adolescente menores de dieciséis años de Getafe.
Pero antes de poder disfrutar de estos brebajes escuchando las canciones de más rabiosa actualidad, había que superar la barrera que suponían los porteros del local. Superar esta barrera era bastante complicado, no solo porque pudieran pedirte el carnet, y descubrir que no tenías los dieciséis años necesarios para pasar. Sino porque si tiraban a cualquiera de tus colegas la hazaña de haber logrado entrar quedaba en nada ante el refrán: “o follamos todos o la puta al rio”.
Una vez dentro la primera sensación era triunfal, corrías a tomar tu primera consumición mientras encendías un cigarrillo cargado de toses y mal sabor. A continuación buscábamos un sitio en la pista donde se pudieran ver de cerca a las gogos, pero que te permitiera ver una entrada por donde pudieran llegar preciosas adolescentes tan cargadas de hormonas como tú. El resto de la tarde podía presentar dos escenarios, emborracharte con tus amigos mientras observabas de manera lasciva a toda chica que pasara cerca de tí o conseguir esa conversación con la “amiga de” que te subía directamente a la sala de cine.
Esa sala de cine donde nadie veía lo que se proyectaba, ya que la vista solo llegaba a la butaca que tenías al lado.  Eso cuando no era una única butaca compartida por dos púberes que no dejaban de mezclar torpemente sus bocas mientras frotaban con ahínco sus cuerpos. Eran pocos los chicos que lograban subir a esa sala siempre que iban a kavana, exceptuando a aquellas primeras almas de voyeur que algunos ya iban descubriendo.
Pero siendo esto cierto, no lo es menos que todos mis amigos lograron subir en alguna ocasión a esa sala. Algunos eran asiduos y otros visitantes esporádicos, pero ninguno quedo sin coger su butaca para ver el espectáculo que se producía a menos de cinco centímetros de su boca.
Como toda regla general, esta tuvo en mí a su cruel excepción, ya que nunca logre subir a esa sala. Sino exceptuamos las ocasiones en que fui a buscar a mis amigos para decirles que ya cerraban y teníamos que volver al barrio. Solo hubo una ocasión en que estuve a las puertas de ese paraíso para adolescentes.
Era verano y la facilidad para entrar era mucho mayor. Ya que pocos quedábamos en el seco y caluroso agosto madrileño, los porteros ensanchabn su manga en busca de clientes con ganas de dejarse la paga en consumiciones. El comando estaba formado por Oscar, Chiky, Marcos y el que os relata. Marcos consiguió butaca muy pronto, mientras que los otros tres aún tomamos un par de cervezas antes de entablar conversación con un grupo de cuatro chicas. Oscar y Chiky pronto subieron con dos de ellas, permitiéndose la licencia de intercambiarse los ligues. Mientras tanto yo conseguí entablar una animada conversación con una de las otras dos chicas que quedaba. Hablamos, reímos e incluso echamos algún baile, hasta que se acerco a mi oído y me dijo en un susurro “voy al baño con mi amiga, y en un momento nos vemos en la puerta del cine”. Mi corazón empezó a palpitar y pude sentir como las pecas que salpimentaban mi cara iban uniéndose, azuzadas por el calor. Fui al baño, tome un trago de agua, retoque la gomina de mi peinado de raya a un lado y me dispuse a salir movido por el cosquilleo que emanaba desde la profundidad de mi estómago. Pero todo ese calor se convirtió en frio polar, cuando vi como la princesa de aquella tarde de verano entraba a la sala acompañada de su amiga y otros dos chicos.
Aun puedo recordar el sabor de la derrota en mi boca, una derrota agria y difícil de digerir. Aunque ayudo mucho a su digestión el par de consumiciones al que me invitaron mis amigos cuando salieron del cine. No penséis que esta invitación fue para superar la derrota, ya que siempre había días en que unos invitábamos a otros. Además, solo esta princesa a tiempo parcial y yo fuimos conscientes del varapalo que acababa de sufrir.
Desde entonces aún guardo las entradas para esa butaca para dos, sin haber sido capaz de cobrármelas. Ya que mis métodos para intimar con féminas en este tipo de lugares,  han estado siempre muy alejados del éxito. Pero años después he podido descubrir como esas entradas sin usar nunca han provocado en mi infelicidad, sino nostalgia…

6 comentarios:

  1. eeeehhhh bloguero! muchas felicidades!!! estupenda incursión en el océano literario!!!
    nunca estuve en Kavana pero recuerdo con cariño el cine de Kapital... curiosas y entrañables maneras de despertar a la vida, al amor y a lo que somos ahora.
    No te preocupes, no todo el mundo vale para carne de neón, seguro que Rafa Mora era el rey de los disco-cines... jajajjaja.
    un besote y a seguir escribiendo!.
    pd: tremendas vistas, amigo :)

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  2. Muy bueno el relato!, yo creo que todos hemos pasado por momentos iguales en nuestra adolescencia. Ánimo con el blog, estaré pendiente a nuevas publicaciones ;)

    Richie

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  3. Un saludo desde la facultad de psicología, figura. Se te echa mucho de menos por aquí, que lo sepas.

    Nacho

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  4. No puedo creer que nadie quisiera compartir contigo una tarde de cine ;)
    seguro que esa pekeña jovenzuela (o cual quier otra)lo habrá lamentado!!
    Un besazo dsd Chile

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  5. Amigo , menudo fhashback !!!
    Impresionante relato que me deja con ganas de leer todos los episodios restantes .
    Te quiero hermano . Comentamos en Geta

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