Todos
los niños alimentan su imaginación con sueños en los que sus habilidades son
admiradas por todo el mundo. En mi barrio lo habitual era que los chavales
soñaran con ser futbolistas y que sus goles enardecieran las gradas, algo que
en mi caso no fue así. Pronto empecé a darme cuenta de que no podría ganarme el
pan con cualquier actividad que dependiera de una acertada coordinación motriz.
En el caso del futbol, por si no lo tenía suficientemente claro, mi queridísimo
padre y su cruel sinceridad se encargaron de gravármelo a fuego en el cortex
prefrontal. Así que huérfano de sueños deportivos, mis anhelos se centraron en
la interpretación. Algo seguramente muy común en la infancia, y menos extraño aún en un
chaval que se pasó toda la enseñanza reglada con una mano levantada y con la
otra sujetando el codo para no desfallecer en el intento de participar en clase.
Mi afán de hablar en público fue de la mano del anhelo de ser actor, y algunos
pasos di, aunque estos fueran torpes e imprecisos.
Para
recordar mis primeros pinitos como actor he de remontarme a segundo de EGB.
Para aquellos a los que tanto plan de estudio haya dejado perdido, la EGB
respondía a las siglas Educación General Básica, y se correspondía con segundo
de primaria. Sobre la perdida de mi virginidad teatral, solo puedo recordar que
estaba nervioso, no fue como imaginaba y acabe llorando. Esto hace que crezca mi
ego con respecto a la perdida de mi virginidad real, por lo que queda claro que
cualquier desastre puede ser adornado en
la memoria si le buscamos la comparación adecuada.
Pero
volviendo a mi estreno teatral, lo primero que llega a mi mente es el momento
en que la seño nos dijo que íbamos a representar un belén viviente el último
día de clase antes de las vacaciones de Navidad. Mi cabeza empezó a bullir y a
imaginar cual podía ser el papel que me tocaría interpretar, si bien la
representación no tenía más diálogo que la presentación de personajes que
harían dos compañeros. El primer papel en el que me imaginé fue en el de San
José, aunque tampoco me desagradaba ser cualquier rey mago e incluso el ángel
anunciador. Ilusiones que iban cayendo en saco roto según iba desentrañandose el reparto.
Pastor,
ese fue mi brillante debut interpretativo. Supongo que no habiendo dado papeles para representar una nube, ser pastor era lo mas accesorio que se podía ser en esa obra. Si todo esto
supuso una gran frustración inicial, lo peor aún estaba por llegar. Mi mente infantil
podía entender que mi padre no
pudiera acudir a mi debut por la cantidad de horas que trabajaba. Lo que a mi mente le costó comprender un poco más, fue
que ese día mi madre tuviera que acudir a la casa donde limpiaba una vez
a la semana. La consecuencía fue vivir mi primera representación llorando desconsoladamente al ver como
los padres de mis compañeros llenaban el salón de actos, mientras que a mí solo
podía haberme ido a ver mi tía, que se mostro infinitimente comprensiva con mi comportamiento. Años después al ver la foto que
inmortaliza mi debut se pueden apreciar unos ojos rojos y
vidriosos como consecuencia de la interminable llantina.
Posteriormente
puse a pruebas mis dotes de interpretación en algunos gags que representaba en
casa cuando celebrábamos un cumpleaños, para mayor chanza de mis primos. Del
mismo modo las hogueras en los campamentos se convertían en un escenario
ideal para dar rienda suelta a mis dotes interpretativas. Pero si se puede
destacar un momento que sirvió para cerrar los primeros pasos en mi corta y
fugaz carrera hacía la fama, este fue mi primera aparición televisiva y única todo sea dicho.
“La
guardería”, así se llamaba el programa de televisión al que con diez años
llevaron a toda mi clase. Teresa Rabal era la presentadora de este programa
infantil hecho para que los niños desayunaramos sin molestar demadiado. Sobre la presentadora que
llenaba de dulzura tantos discos infantiles, pistas de circo y presentaciones
de talento infantil, solo puedo recordar su metamorfosis nada más dejar de
grabar las cámaras. En ese momento toda esta dulzura era devorada por la Cruella de
Vil más real que haya conocido nunca, tanto por su histriónico carácter como
por su manera de devorar tabaco.
Allí se nos dio la oportunidad de contar un chiste a cambio del último
disco de la Rabal y de ser protagonista en televisión durante
treinta mágicos segundos. En ese momento el repertorio de chistes que había
aprendido de mis primos y tíos se hubiera convertido en mi más preciado tesoro,
sino fuera por la difícil adaptación a la programación infantil de casi todos
ellos. Pese a esto me permitieron contar el más suave, que aun
siendo así provocó tal explosión de risa en el plató, que Teresita tras
dar paso a publicidad expreso la primera crítica sincera que han recibiodo mis dotes
interpretativas: “¡Joder con el pecoso! ¡Con lo inocente que parecía!”.
Jajajajajaja
ResponderEliminarCreo que esta historia ya la conocía, jajajaja
No pasa nada, aunque los comienzos fueran difíciles, no cabe duda de que, a día de hoy, eres todo un líder dialéctico!! Bien por Teresa y sus apreciaciones!!!! Jajajaja
¡¡¡JEJEJEJE!!! ¡¡¡ME ENCANTA CONTRASTAR LA OPINIÓN DE TERESA!!!!
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