Esto no puede ser no
más que una canción
quisiera fuera una
declaración de amor,
romántica sin reparar
en formas tales
que ponga freno a lo
que siento ahora a raudales.
Este
párrafo, endulzado por la voz de Pablo Milanes y Victor Manuel, ha sido la melodía
que ha entrado en mi cerebro para despertarme esta mañana y suavizar la resaca
de un viernes intenso. El vecino que haya puesto esta canción era totalmente
ignorante de la malgama de emociones que estaba despertando dentro de mí.
Automáticamente he visto a un Iván de catorce años enfrascado en un campamento
por el pirineo navarro donde habíamos dormido a la intemperie. Dentro del saco escuchaba
esta deliciosa canción en mi walkman mientras cerca dormía Yolanda.
Te amo,
te amo,
eternamente te amo.
Si me faltaras no voy
a morirme,
si he de morirme quiero
que sea contigo.
Con
doce años descubrí esta canción buceando entre los casetes de Serrat, Sabina o Víctor y
Ana que guardaba mi tía. En un principio me llamo la atención por el título,
pero desde que la escuche entera este se convirtió en mera escusa. Esa canción
expresaba y ponía melodía a la mayor utopía que mi mente había construido. La música
tiene un fuerte nexo de unión con la memoria y con las emociones asociadas a
ese recuerdo. La actividad neuronal que se produce al escuchar una canción que
conocemos se sitúa en el cortex prefrontal, justo por detrás de nuestra
frente. Es este el centro del cerebro que más ligado esta a cualidades como la
sensibilidad, la inteligencia humana general y la personalidad. Y además este
centro tiene conexiones con el sistema límbico, que es el procesador que maneja
nuestras emociones. Pues bien, hoy toda esta información teórica se ha puesto
en práctica en mi mente durante todo el día al son de la melodiosa voz de Pablo
Milanes. Lo que me ha producido una melancolía que, aunque a algunos les pueda
parecer absurdo, a mi me ha resultado placentera.
Mi soledad se siente
acompañada
por eso a veces se que
necesito,
tu mano,
tu mano,
eternamente tu mano.
He
recordado su pelo negro, lacio y liso como la crin de aquel caballo al que mi tío
me dejaba alimentar en el pueblo; sus grandes ojos castaños y almendrados que
saltaban vivaces al objeto de su atención; sus labios carnosos y rosados que mi imaginación recreaba dulces y refrescantes; su piel morena cuando íbamos a la
piscina, que parecía bañada en una suave capa de barniz; su escote terso y
generoso cuya visión podía regar de testosterona toda la sangre de mi cuerpo; y sus
piernas moldeadas, que acababan en unos glúteos firmes y altivos por los que
las faldas caían dejando un precioso escalón antes de asomarse al abismo.
Cuando te vi sabía que
era cierto
ese temor de hallarme
descubierto.
Tú me desnudas con
siete razones
me abres el pecho
siempre que me colmas.
De amores
de amores,
eternamente de amores.
Desde
los once años hasta los dieciséis, estuve enamorado de ella. Viéndola en el
grupo de iglesia con el que iba de campamento y en el que cada sábado nos
reuníamos para hacer un uso positivo del tiempo libre. Tres fueron las
ocasiones en que la dije que estaba enamorado, una de ellas escudado en
la cobardía de una carta, y en las tres me encontré con un no por respuesta. Pese
a ser amigos, la mirada en la que el otro radia un aura especial fue unidireccional,
lo que hizo que Yolanda pasará a convertirse en lo que todos conocemos como un
amor platónico. Un sueño tan cercano que podías ver como se esfumaba al
intentar agarrarlo con las manos.
Si alguna vez me
siento derrotado
renuncio a ver el sol
cada mañana.
Rezando el credo que
me has enseñado
miro tu cara y digo en
la ventana.
Pero
si bien es cierto que no conseguí un mísero beso de esos labios tan anhelados,
esos cinco años fueron vitales en formar ideas que hoy son parte de lo bueno y malo que soy. Pude sentir el cariño sincero de mi amigo Oscar, que no dudo un
segundo en mandarla a dar un paseo cuando esta se le declaro, y que mostro a mis ojos la verdadera dimensión de la palabra amistad. Y es que aun hoy
me emociona pensarlo, ya que Yoli era un valor cotizado entre las febriles mentes
adolescentes que habitaban en el barrio de las margaritas. Aun así Oscar dejo
que ese tren pasara para otros, y me puso a mí por encima de todo, aunque yo le
hubiese dicho, con la boca pequeña eso sí, que entendería su decisión.
Yolanda
Yolanda,
eternamente Yolanda.
Otra
idea que se formo en mí fue la del amor romántico, el amor febril que te hace
soñar y te aleja de la absurda cotidianeidad del día a día. Una idea que aun hoy
me guía, pese a haber quemado ya algunas naves. Sueño con la llegada de esa
mujer que sea musa en mi interior. Me reconforto en mi cursilería y cada vez
apuesto menos fichas en partidas donde lo único que pones en juego son emociones
que luego dejan una sensación de frio y vacio. Guardo mis emociones para la
jugada maestra donde apostare el todo para ganar a mi musa. Todavía hoy miro
con los mismos ojos con los que contemplaba a Yolanda cuando transitaba por la
edad del pavo. No sigo enamorado de la Yolanda real, ni siquiera sé que habrá
sido de ella, pero aun creo en la princesa que reino en mi cabeza y que alguna
vez descubro en otros ojos. Esos ojos eternos que ayer se mezclaban con los mios y con el dulce sabor del
ron.
Yolanda,
eternamente Yolanda,
eternamente Yolanda.
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