Aferrada
a su bastón Luisa aprieta el paso e intenta inútilmente esconder bajo las
solapas de su abrigo el calor que produce en sus mejillas su presencia. Todavía
hoy sigue ruborizándose como cuando siendo una moza le vio por primera vez. Es
como si pudiera escuchar a la vieja banda del pueblo tocando aquella melodía que
la hacía volar por encima de la multitud.
Elías
hoy va ensimismado en sus pensamientos mientras da su paseo matinal. Pero
cuando levanta fugazmente la vista, y la observa venir hacía él, no puede
evitar dibujar la misma sonrisa pícara con la que le invitó a bailar la primera
vez. Siempre mantendrá esa actitud, fingidamente despreocupada, que solo
esconde la enorme vergüenza que le provoca el simple contacto visual.
Un
tímido “hasta luego” por parte de ambos sella el cruce en el camino, como sí el
otro fuera un vecino más, uno con poca confianza como para perder el tiempo
parando a charlar y a pasar frio en esta mañana de octubre. Ambos tienen a sus
hijos esperándolos en casa, unos hijos ignorantes de las barreras que los
separan. Unos hijos que a diferencia de sus padres no tienen razones que
recitar, por las cuales no deben gastar ni una minúscula gota de saliva en
pararse y hablar.
Pero
aún así da igual, eso ya no importa, ambos se ven sin fuerzas para escalar ese
muro invisible que durante tanto tiempo construyeron para ignorarse. Tantos
esfuerzos tomaron terceras personas en que se vieran con unos ojos que no eran
los suyos, que ya no merecía la pena. Y sin embargo ¿por qué el calor sigue
recorriendo sus tripas ante la mera presencia del otro? ¿Cómo puede alguien a
quien se han esforzado tanto en obviar provocar emociones que no entienden
de arrugas?
Y
es que ambos gastan mucho esfuerzo en esconder aquello recuerdos que los acercan,
que los llevan a momentos donde no se esquivaban. Donde sus pies bailaban y sus
brazos se entrelazaban, donde las cabriolas al ritmo de aquel viejo vals les
elevaban por encima de la gente y de sus habladurías. ¡Ay, recuerdos! Recuerdos impregnados de esa
melodía y que están a medio camino entre la realidad y la fantasía.
Pero una vez se han cruzado, los dos vuelven a
sentirse derrotados, vuelven a sentir como la insatisfacción les invade.
Mientras, los dos adolescentes que aún atesoran en su interior se lanzan a
bailar invadidos por el espíritu de aquel viejo vals.
GOCA
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